Elegir las palabras para cuando muere un ser querido no es sencillo. Nada sencillo. Requiere hacer una selección precisa previa de aquello que se quiere recordar. En esto, es muy fácil caer en tópicos. Al pasar al otro lado, parece que de repente todo el mundo fue re bueno. Como si la tierra por arte de magia nos marcara a todas con un aire de santidad. «Siempre estaba dispuesto a ayudar», «era una persona increíble», «hacía más linda la vida de los demás» y otro tanto de boludeces. Pero de todas ellas, hay una que odio con especial matiz: «Siempre se van los mejores». ¿Quiénes son los mejores? ¿Y por qué se van? A dónde.

No digo yo que cuando alguien muere sea el mejor momento para repasar las cosas que uno hizo mal. Las ocasiones en que uno no estuvo acertado ni con las palabras, ni con las acciones.

En lugar de recordar las bondades, señalar los pelitos. Plantarte en mitad de la ceremonia y dirigirte desde el atril del altar; Familiares, amigos: ¿se acuerdan del día que Roberto no pagó la cena? ¿O aquella vez que nos dejó tirados en el último momento y tuvimos que buscarnos la vida para llegar hasta Mercedes?

Ah y no saben esto ustedes. Acá los del coro también presten atención. ¿Saben que el tipo no separaba el plástico del cartón ni la orgánica del resto? Que botaba las colillas de cigarros al suelo. Que nunca en su vida apoyó ninguna causa benéfica. Que en el metro siempre ocupaba los asientos libres y si había viejecitas o embarazadas al tipo se la bancaba. Que compartía chistes machistas, que ponía los pies encima de los asientos, también los del teatro. Que aparcaba en las plazas de los discapacitados, ocupaba las líneas amarillas y nunca, nunca, nunca, nunca marcaba el intermitente.

¿Y en las fiestas? Nunca medía cuántos canapés tocaba para cada comensal, ni si a todos les había tocado una porción del pastel. ¿Fregar los cacharros? Ni loco. ¿Poner la mesa? «Che, hay partido, ¿ves?».

En los restaurantes, cuando alguno de nosotros le decíamos algo como «Roberto, le hiciste a la mina cambiarte la copa más de cinco veces. Es persona además de camarera, ¿sabés?», «Pero es su trabajo», decía él. Si llovía y pedía delivery para cenar y le decías «pero Roberto, ves que llueve y el rider va a acabar empapado, dejále propina, al menos». «Es su trabajo», decía él.

Son estas las cosas que se supone que uno no debe contar en un velatorio, y disculpen. Discúlpenme sobre todo la mamá de Roberto y su abuelita, pero ¿saben qué? Yo creo que mejor no desearle que descanse en paz, porque con las pelotas tan grandes que carga el muy pelotudo lo mismo hasta la pasa bien.

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