26 de febrero de 2020
Esta mañana me ha pasado algo extrañísimo. Esperaba a X, apoyada en una barandilla en la calle, cuando una mujer se ha acercado y me ha preguntado si quería que posara para mí (¿?).
Se me ha acercado demasiado, invadiendo mi espacio, con excesiva confianza. Yo la había visto de refilón. Automáticamente he metido la mano en el bolsillo, para comprobar que mi móvil seguía ahí. Como llevaba la cámara colgada al cuello, al principio no me ha parecido tan raro. Le he preguntado que si quería que le hiciera una foto. Ella me ha mirado de nuevo y me lo ha vuelto a preguntar: «¿quieres que pose para ti?». Había algo indescifrable en su mirada, no sé, algo sucio, oscuro. Era una mujer latina, con los ojos almendrados, y tenía algunos pelos duros en la barbilla.
Sin saber de qué iba la cosa le he vuelto a decir que si quería que le hiciese una foto, y ella me ha dicho: «¿quieres ver mi aura?». En ese momento he sentido como una energía caliente subía por todo mi cuerpo hasta mi pecho, y le he dicho que ya la acababa de sentir. Ella me ha dicho que todavía podía sentir mucho más, como insinuando o queriendo decir que la siguiese. No sabía qué estaba pasando. De pronto, me ha preguntado que quién me pagaba. Ahí ha empezado a darme miedo, y se lo he dicho. Le he dicho: «Si te digo la verdad, me está dando un poco de miedo». Y ella me ha contestado que si me daba miedo, entonces nada. Luego se ha alejado, metiéndose dentro del pasillo exterior de una tienda de relojes y otros artilugios, como prismáticos y radios.
¿Qué cojones acababa de pasar? ¿Me había hablado en tono sexual? Por un momento he pensado que era una prostituta. El corazón me iba a mil. He comprobado de nuevo que mi móvil seguía en el bolsillo, y me he acercado hasta ella, pero sin entrar en la galería exterior de aquella tienda.
Ella, al verme, pero sin mirarme directamente, se ha acercado el móvil hasta la oreja, fingiendo que escuchaba algo. Me he quedado mirándola durante algunos segundos. Deseaba que se volviese a acercar de nuevo a mí y que me explicase de qué me hablaba y de qué iba todo aquello, pero no se ha acercado. Me he alejado y me he vuelto a apoyar en la barandilla. Al rato, la he visto salir de la tienda con un chico y una chica. He visto cómo le decía algo a él y este se giraba, pero no he vuelto a cruzar mi mirada con ella.
Después, he apuntado la conversación en mi libreta, y X no ha tardado en aparecer. He estado pensando en ello durante todo el día. A X no se lo he contado hasta esta noche, cuando cenábamos. Se ha reído y no le ha dado importancia, ha dicho que probablemente estaba pirada, y que yo también. Y que no buscase señales donde no las había. ¿Pero por qué para mí sí había sido significativo?
Hace un momento X ha intentado que tuviésemos sexo. Le he dicho que me había bajado la regla, que no me apetecía. Él se ha quedado viendo una película en el salón. Yo me voy a dormir.
27 de febrero de 2020
Hoy he llamado al trabajo para decir que me encontraba mal, y que no podría ir. Me duelen mucho los ovarios. Cuando he ido a la cocina para prepararme un té, he visto en la nevera la foto polaroid con mi abuela, de estas navidades. Mi abu. Quiero llamarla y hablar con ella, pero sabe leer mi voz y saber qué me pasa hasta con un hola. Esa sí que es una bruja. La llamaré en la hora de su telenovela, con la excusa de preguntarle por alguna receta. Seguro que querrá colgarme antes de haber descolgado el teléfono.
Hace una mañana muy agradable, parece mentira que sea febrero. 27 de febrero. Voy a darme un baño caliente. Luego, tal vez salga a dar un paseo.
Antes de salir de casa se ha roto la barra del armario. Qué oportuno, he pensado. Así que he ido a la ferretería a por una nueva y algunos clavos. En la ferretería, no tenían una barra tan grande como la que necesitaba, y el dependiente me ha mandado a otra que no estaba muy lejos. Cuando he llegado, había un cartel que decía:
“Cerrado por enfermedad”
Recupérate, he pensado. Últimamente tengo esa sensación de que cada vez que entro a un sitio alguien acaba de irse.
Luego he paseado por el templo de Debod. Una pareja de asiáticos se hacía una sesión de fotos de boda. Es 27 de febrero. Quedan 20 semanas para mi boda con X. Se supone que debería estar emocionada, preparándolo todo. Se supone. Todavía sigo sin vestido. No quiero casarme de blanco.
Escribo esto mientras tomo un café. Realmente está bueno, es de los más espumosos que he tomado nunca. El sol es agradable, pero joder, estamos en febrero. ¿Por qué todo el mundo tiene tantas ganas de que llegue la maldita primavera? Luego llegará el verano y X querrá tener hijos. Yo no quiero tenerlos. Por qué todo el puto mundo quiere tener hijos.
28 de febrero de 2020
Por la mañana hemos estado eligiendo las invitaciones para la boda. Al final, X lo ha elegido todo. Será algo así:

Dibujo fatal, pero más o menos. Irán impresas en un papel de no se qué. Pues muy bien, otra cosa menos. X ha sugerido que el día de la boda podríamos repartir ramos con las mismas flores que el que yo lleve a nuestras madres, hermanas y a mi abuela. Pues si le hace ilusión lo del ramito, lo haremos.
Sofía y Alberto nos habían invitado a cenar hoy, a mí, a X y a otros amigos. X ha ido, pero yo he vuelto a poner la excusa de la regla. Yo estaba en el sofá viendo la tele cuando él, antes de irse, me ha besado en la frente y me ha dicho «te quiero». Últimamente tengo una actitud pésima. Es esto de la boda. Lo que yo sé y no me atrevo a decir en voz alta. No estoy disponible.
29 de febrero de 2020
X sigue durmiendo. Yo me he despertado pronto y he estado pintando un rato. Ahora, desayuno en el salón, el mismo salón que meses atrás decoramos juntos. Ayer por la noche hice las maletas. Me voy unas semanas a casa de mis padres.
Estoy esperando a que X se despierte para decírselo. Ojalá pudiese evitarlo, no tener que hacerlo, saltar este día en el calendario. Pero no, es año bisiesto y es 29 de febrero. El año que viene X ni si quiera podrá decir «hace un año que la zorra de mi ex me dejó antes de casarnos». Estará condenado a acordarse el 28 o el 1, ambos o ninguno. Y yo estaré metida en apenas seis horas cada año, esperando a salir y hacer supurar de nuevo la herida en los múltiplos de cuatro, convertida en el fantasma del 29 de febrero. Soy una capulla, pensará. Una capulla cobarde. Eso es lo que soy. Yo qué sé.