Al llegar a Pamplona tengo que cambiarme de Preferente a Turista. El coche que me ha tocado es bastante más ruidoso y el ambiente está cargado. Me molesta. Me reacomodo en mi nuevo sitio. Qué putada, pienso, pasillo. En un viaje más corto no me hubiese importado pero son 9 horas. Voy a acabar con el cuello reventado -más aún.
Chequeo el ambiente, nadie que me llame la atención, excepto el chico en mi diagonal. Nos hemos mirado mientras me ubicaba. Mi compañera es una mujer de unos 40 años, silenciosa y discreta. Me gusta. Dos mujeres hablan demasiado alto como para que al menos a mí me resulte molesto. Me acuerdo de que llevo tapones en el neceser así que bajo la maleta y me los pongo.
He vuelto a cruzar un par de miradas con él. Intento mirarle cuando no me ve para que no resulte incómodo ni violento. Estoy recostada en el asiento intentando quedarme dormida pero me cuesta mucho coger postura y conciliar el sueño. No se callan. Abro los ojos y aprovecho que él está enchufando su móvil para fijarme más.
Mi mirada le recorre desde abajo hasta llegar a su cara. Botas de montaña quechua, bermudas beige y camiseta naranja de deporte. Es moreno, con barba, pero no le llega hasta las orejas. Sus manos, aunque no las he visto bien no parecen feas; uñas bonitas y dedos anchos. Sus brazos y piernas, fuertes. Lleva cascos azules de Sony y a su lado en el asiento, una mochila azul.
Aprovecho que está distraído con el móvil para ver cómo se comporta. Intento fijarme bien, analizar todo. Tiene un iPhone, el cable parece desgastado y algo roto. Me doy cuenta de que está viendo Tinder. Desliza el dedo de derecha a izquierda sistemáticamente, aunque es cierto que de vez en cuando alguna chica le llama la atención y se detiene. Observa una a una todas sus fotos e incluso la descripción para finalmente rechazarla. Me recuerda a mi breve experiencia con Tinder y Urko. Me imagino cómo hubiese sido encontrarme con él azarosamente en el tren y (re)conocernos.
Esto empieza a resultarme muy estimulante. Él ha cambiado de postura. Ya no está con el móvil apoyado en la bandeja del tren, ahora se recuesta en el asiento. Casi todo el vagón parece distraerse con sus móviles. Mi compañera lleva en la misma posición todo el tiempo. Está viendo Facebook.
Me giro para volver a mirarle, levanta la mirada y me mira. Yo la aparto y sonrío para dentro. No porque me guste, sino por lo divertido de la situación, me hace gracia. Yo escribiendo sobre él y él posiblemente ni se lo imagine. Me da rabia no tener Tinder activado. Pienso en hacerlo pero no lo hago. Aun así, fantaseo e imagino cómo hubiese sido darnos match.
Llegamos a Vitoria. Mi compañera se baja aquí y me indica amablemente con gestos que necesita pasar. Cuando me levanto, me doy cuenta de que él no está. Su mochila y su móvil siguen ahí así que doy por hecho que habrá ido al baño. Entran nuevos pasajeros. Mi nueva compañera es más joven que la anterior, rubia y muy simpática. Ya está aquí de nuevo. Al otro lado del pasillo el chico sentado junto a la ventanilla le ofrece ayuda a una mujer para subir la maleta. Él hace hueco retirando otra para que quepa bien. Caigo entonces en que tal vez él también lleve maleta. Algo que no tendría porqué extrañarme pero ya me había hecho a la idea de que solo llevaba una mochila y es algo que me choca. Me pregunto a dónde irá.
Vuelvo a girarme. Esta vez no me ha visto. Sigue mirando el móvil y lleva los cascos puestos. Está con las piernas cruzadas, el morro prieto y el gesto fruncido. No como de enfado, más bien parece un gesto de estar concentrado. ¿Seguirá en Tinder? Diría que sí. Pienso de nuevo en la idea de activármelo pero no lo hago.
Un bebe gateando en el pasillo es la distracción de todo el coche. Yo también me distraigo con él y su madre. Lleva pantalones anchos, una pinza en la cabeza y está sentada descalza con las piernas cruzadas en el suelo.
Vuelvo a mirarle. Esta vez en lugar de girar la cabeza lo hago más disimuladamente. Pongo la vista en mi hombro y agacho la cabeza hasta dar con él. Mierda. Me ha vuelto a pillar. Sin mover la cabeza levanta los ojos desde el móvil hasta mí.
Pongo a cargar el móvil y me apoyo en el asiento. De reojo veo que está ocupado con algo. Me giro un poco más y en ese momento abre un pack de jamón york de El Pavo. Lo destapa entero. Escucho cómo suena el pegamento despegándose del plástico y me llega el olor.
Llegamos a Miranda de Ebro.
Dobla la loncha y la come con tres dedos. El asiento me tapa su cara pero veo como mastica. Y sí, sus manos son bonitas. La bebé gatea hasta su madre. Es lindísima. Me va entrando el hambre pero no quiero ir hasta la cafetería y que al volver ya no esté. Tampoco me apetece comer aquí sentada, tengo ensalada de pasta y estoy segura de que con el traqueteo voy a acabar por mancharme. Tengo hambre, que le den, voy a comer. Mi nueva compañera me desea buen provecho.
Abro la bolsa, mi madre me ha preparado de todo. -Te quiero, mamá.- Mientras como, observo a mi alrededor. Me fijo y descubro lo mucho que me gustan los sonidos y colores del tren. En el sentido metafórico. Dos mujeres y su bebé negra, la señora marroquí de mi lado que hace muecas a la pequeña protagonista del vagón, el hombre mayor con gafas y expresión alegre del final… De repente me doy cuenta de que las dos mujeres que hablaban alto al principio lo hacen en euskera. Me gusta. Me parece que los trenes tienen una magia especial que no poseen buses ni aviones.
El paisaje es verde y montañoso. Según el mapa de la pantalla estamos entre Briviesca y Burgos, en Santa Olalla. Le escucho carraspear. Miro disimuladamente al bajar la mirada desde el televisor. Acaba de abrir un batido bifrutas. Lo que daría yo por un cigarro y un café con hielo ahora mismo. Él parece estar cansado por el viaje.
El tren para en Burgos y sale disparado del asiento. Desde el mío le veo esperando en el rellano a que se abran las puertas, ya con el cigarro en la boca. Ahora entiendo porque antes había desaparecido tan rápido. Lo observo a través del cristal. Entra al minuto, bufando. Supongo que habrán hecho subirse a todos los pasajeros que continúan el viaje, porque el tren sigue parado. Encuentro postura y el sueño me vence.
Me despierto, supongo que por el anuncio de alguna parada en el altavoz porque el tren está entrando en una estación. Veo que él baja su maleta y se pone la mochila. No me lo creo, incluso me pongo nerviosa. No aguanto más, tengo que saberlo.
– Perdona, ¿cómo te llamas?
– Jon.
lo acabo de leer, me encanta!!
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Brutal 😍
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me encanta subete mas al autobus por favor PAULA, el color de tu pelo te favorece😙.mi madre tambien me preparaba de todo!!!!xd.No recuerdo cual era tu favorito pero creo me quedare con este!!!!
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Que mensaje tan chulo! Gracias José Manuel 🙂
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Si te gustó este echa in vistazo a Ladrón de bicicletas! Es una historia real, con algún pequeño matiz!
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